¡Gracias, Tulivieja!
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Su gorda y grasienta mano tapó mi boca. Olía a fritura, ron, grajo y perfume viejo; repulsivo.
— Tranquila, mami, te va a gustar —dijo, mientras me acariciaba con la otra mano.
Cerré los ojos y lloré, mientras pedía un milagro. De repente, en el río, apareció una mujer hermosa. El asqueroso sujeto, al verla, me soltó de inmediato y se fue con ella, hipnotizado.
Los vi bailar en el agua mientras me alejaba. No había corrido mucho cuando escuché los gritos del violador, implorando perdón. Entendí todo y sonreí. Ella me salvó.
¡Gracias, Tulivieja!
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