Cuando uso un vestido con bolsillos, nada puede salir mal
“¡Salió todo mal!”, le dijo su jefe apenas llegó a la oficina. “¿Tú acaso sacas las cuentas con un ábaco o qué?”, gritó el señor iracundo. Pidió disculpas y somnolienta se dirigió a su puesto. Tenía que arreglar una cuenta desbalanceada, pero su cabeza estaba en otro lugar: en su cama, su deliciosa cama (y en su crush aunque no lo admitiera).
Puso manos a la obra y saco los 300 papeles que estaban en su gaveta, los apiló de la mejor forma que pudo, pero se cayeron como una torre de Jenga. “¡¿Pero y entonces?!”, rezongó. Respiró, se calmó y empezó a recoger con mucha rabia. La ira le atravesaba el pecho como una flecha. “Si sigo así me va a dar una vaina”, pensó. “Bien bueno: murió de una rabieta con su jefe”. Su lápida tenía que decir algo más memorable.
Con todos los papeles encima y sin poder ver al frente escuchó una voz que le preguntó: “¡Hola, dulcito de coco! ¿Necesitas ayuda?”. Olvidó toda la rabia, las cuentas desbalanceadas y las horas sin dormir, lanzó una sonrisa tierna y respondió “estoy bien”.
“Ese vestido con bolsillos está cool”, dijo la otra persona y se alejó luego de guiñar un ojo. Y así, de repente y no tan de repente, todo volvió a su curso. Es que aunque ella lo sabía, escucharlo de su crush, lo reafirmó: cuando usa vestidos con bolsillos nada puede salir mal.
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